Queridos lectores, hace tiempo, leí en el periódico que muchas parejas se rompen el día de San Valentín porque las expectativas son tan altas y el estado de decepción es tan grande después, -seguramente por parte del público femenino ante la falta de empatía con la celebración por parte del público masculino-, que no hay quien lo soporte.
Corazón de camelias
del Pazo de La Saleta, Ruta de la Camelia en Meis, Pontevedra.
Los años que estuve sin novio ni marido, siempre fantaseé, confieso, con ese ramo de flores espectacular de algún admirador secreto. Soñar todavía es gratis y al Gobierno, a diferencia de los rayos del sol, todavía no se le ha ocurrido gravar la actividad soñadora de los ciudadanos. Todo se andará, por supuesto y espero no estar dando ideas.
Cuando si tuve marido o, antes, novio, eran de los que les parecía una americanada importada y una tremenda cursilería que no había que celebrar. A lo sumo, una vez, recibí un precioso ramo de rosas varios días después del día D para disimular y, por supuesto, no fueron rojas. Un sucedáneo aceptable por aquel entonces.
Camelia "Valentine’s Day" del Pazo de La Saleta.
Ahora estoy encantada porque, por primera vez, soy libre para dar rienda suelta a la celebración más azucarada del calendario porque soy correspondida al 1000×100. A mí me da igual que venga de U.S.A. que de Uganda que del Nepal, el AMOR es una fiesta digna de la mayor de las celebraciones. Prefiero celebrar San Valentín que tirar una cabra por un campanario. Y sí, ya sé que todos los días hay que festejarlo, y eso es lo que hago, se lo juro, queridos. Pero si un día hay que ser más romanticón a la par que activas la maltrecha economía de los comerciantes, ¿cuál es el problema, me pregunto?
Resumiendo, mañana voy a ser igual de feliz que todos los días, pero habrá una guinda roja en el pastel. Venga, anímense y sorprendan a su cuarto y mitad.
Besos, abrazos, amor y ¡fiesta!