Reina sin rey
El aire tejía la cuna;
con ternura, con eternidad.
En la espera, el rocío perfilaba, silencioso,
el pétalo, la belleza, el color.
Cada intención rendida a la suavidad,
cada susurro del agua, destinado a naufragar.
El amanecer quiso ser Luna.
Para jugar al amante extasiado en la beldad.
En penumbra, sin testigos, sin ciudad.
Serena es su aura, serena su alma.
Etéreo el aroma, etérea la calma.
Se yergue ambiciosa, sin llegar a pretender
que la luz la ilumine. Jugar a perder.
Y en esto la vida, implacable juez,
la corona la reina. De un reino sin rey.
Desde entonces la leyenda,
cantada desde lo alto de un abey,
recoge pedacitos de su esencia. Sin hiel.
Seguirá, cada mañana, con el traje del misterio.
Y a cada anochecer, vendrá el viento del norte
para recoger, suave él, el pétalo que se desprende
tras haber sido él.
Cuando la camelia es,
el amor… le sigue siendo fiel.
María José Gómez