Queridos lectores y visitantes asiduos de galerías, centros de arte y colecciones de lo que se precie, no sé si a ustedes les pasa pero para mí un museo sin tienda es como un día sin sol, una primavera sin flores o una finca en Galicia sin un vecino que te mueva los mojones.
La tienda del jardín botánico del Pazo de La Saleta.
Después de ver maravillas es raro no querer irse a casa con algo, aunque sea una goma de borrar que reproduzca o tenga relación temática con alguna de las obras admiradas. Es esa sensación balsámica de llevarse un trocito de museo a casa, que da tranquilidad y calma la ansiedad de robo de guante blanco.
Aceite de camelia de las semillas de los árboles del jardín y listo para su venta en el Pazo de La Saleta.
Jabones de aceite de camelia recién horneados.
Imprescindible que la tienda esté al final de la visita para que nos pille en caliente y con el síndrome de Stendhal a punto de brote psicótico porque si no, les aseguro que no compraríamos. Es raro que los que te atienden en este tipo de establecimientos sean simpáticos y agradables, exceptuando en la del Pazo de La Saleta, por supuesto. Y si no, fíjense en su próxima visita. Desde aquí hacemos un llamamiento para una subida de sueldo o lo que sea que pueda solucionar este pequeño inconveniente.
Pendientes Camelia y Calavera de Isidoro Hernández para el Pazo de La Saleta.
Volviendo a las bondades del souvenir, funciona como activador en nuestra memoria de los buenos recuerdos que nos causó esa visita, genera endorfinas y nos aporta sensación de felicidad para el resto de nuestras vidas.
Espero haberles convencido y en su próxima visita, den rienda suelta a su cartera, que bien se merece un día de fiesta la pobre.
Besos, abrazos y "museum shopping", queridos,
Sylvie Tartán.